jueves, 4 de marzo de 2010

Entrevista a Josefa Parra

Josefa Parra tiene la belleza de la cercanía, el amor infinito en el aura de su rostro, un corazón abierto a la esperanza y una vivífica mirada que ve en la oscuridad.
FSM.- Josefa Parra, en primer lugar, gracias, por concederme esta entrevista siguiendo un método tradicional como es el epistolar, pero moderno, al mismo tiempo, afortunadamente, debido a las nuevas tecnologías que nos brindan la oportunidad de avanzar en el tema de la comunicación como es el caso del correo electrónico que es mediante el cual estamos realizando esta entrevista.
Tuve la oportunidad de conocerte en Córdoba en ese estupendo recital que nos regalaste a los cordobeses ese día de Letras Capitales. En ese momento me di cuenta de las dos poetas que hay en ti; la poeta Poeta y la poeta cercana, asequible, receptiva, perceptiva… Dime, ¿crees que una poeta o un poeta nace o se hace? Y dime, ¿hay algo también de nosotros, de nuestras virtudes, de nuestros defectos y de nuestras vivencias que se queda pegado, cosido al engranaje de los poemas que se escriben?
JP.- Creo que todos nacemos poetas, quiero decir, que todos tenemos capacidad de sorprendernos ante la belleza y de hacernos preguntas ante el mundo. Pero cada quien elige su camino, y el de la poesía acaba estando poco transitado.
En los poemas queda la huella del que escribe, por supuesto. Uno intenta que los poemas sean universales, pero lo personal, lo vivencial, es un poso más o menos perceptible que está ahí.
FSM.- ¿Cómo fueron tus comienzos poéticos? ¿Desechaste muchos poemas antes de empezar a publicar o toda tu poesía primera, esa poesía de ensayo, de aprendizaje ha sido publicada?
JP.- Comencé a escribir siendo muy jovencita, una niña, pero los ensayos de esos años nunca los he publicado, ni creo que lo haga, para descanso de los lectores. Hay que ser muy selectivo en poesía. No todo vale, ni mucho menos. Hay que depurar, cortar, desechar. Las tijeras son tan importantes a la hora de confeccionar un poema como el lápiz.
FSM.- Has dado a la luz una serie de magníficos poemarios como son Elogio a la mala yerba, Geografía carnal, Alcoba del agua, La hora azul… ¿Con cuál te quedas? ¿En cuál de ellos crees que has dado más de ti misma?
JP.- Siempre te sientes más a gusto con lo más reciente, porque ahí te sigues reconociendo. Así que tendría que decir La hora azul. Pero también me sigue convenciendo Alcoba del agua, casi entero. Es un libro especial para mí. Quizá sea en él donde me he mostrado más desnuda.
FSM.- Muchos poetas cuando escribimos, a veces, pesamos que estamos repitiendo las temáticas y que las disfrazamos abordándolas desde distintos enfoques y puntos de vista o diferentes aspectos estilísticos. ¿Te pasa a ti alguna vez que te encuentras enredada en este tipo de conflicto? ¿Cómo lo superas si es así?
JP.- No me supone conflicto, porque pienso que los poetas escriben acerca de los únicos temas sobre los que gira el mundo: amor, muerte y paso del tiempo. Eso sí, con todos sus contrapuntos, subtemas y variantes. Es lo que hay, lo que nos mueve, lo que nos conmueve a todos. Nuestro cometido es ahondar en esos asuntos.
FSM.- ¿Cómo abordas la temática de un poemario? ¿Eliges el tema? ¿El tema te elige a ti? ¿Te llega todo por azar como un regalo de los dioses?
JP.- No sé si el tema me elige o yo a él, lo que sí sé es que, a lo mejor después de un tiempo sin escribir o escribiendo un poco “a ciegas”, en un momento dado se enciende la luz y descubro un título que me sirve de guía para escribir, un título que me lleva a estructurar un asunto o una serie limitada de asuntos, y ahí empiezo a vislumbrar el libro. Me gustaría saber si hay alguna fuerza que trae a mí ese título, para echarle la bronca, porque en ocasiones se “deja ir” y paso periodos demasiado largos sin poesía, o escribiendo de ese modo que digo, a tientas, a ciegas… Es caprichosa la poesía.
FSM.- ¿Cuándo das por acabado un poema? ¿Te exiges mucho a ti misma o te dejas llevar por ese primer dictado con el que has escrito el poema?
JP.- Doy por terminado el poema cuando me siento incapaz de mejorarlo. Lo cual no quiere decir en absoluto que lo considere perfecto. Simplemente, siento que he llegado a mi “límite de competencia”. Soy exigente conmigo misma, y por eso desecho mucho de lo que escribo. Si ese límite de competencia no da para un poema decente, no vale la pena publicarlo.
FSM.- Escribir poesía para algunos poetas es un compromiso personal, un camino por el que avanzan para conocerse… ¿Qué significa para ti el hecho de escribir poesía?
JP.- Me ayuda a comprender lo incomprensible. Escribiendo poesía me planteo preguntas y, de vez en cuando, encuentro una respuesta válida. Pero lo realmente importante es que quien te lee se pregunte como tú, se sienta partícipe de esas inquietudes y acompañado.
FSM.- ¿Escribes de una manera sistemática, es decir, te sientas diariamente a trabajar la poesía, te disciplinas o sólo escribes cuando te viene la inspiración? ¿Crees que sentarse a trabajar la poesía como un oficio es bueno o puede restar veracidad? ¿Qué opinas?
JP.- Siempre me quejo de que no encuentro tiempo suficiente para escribir, y alego que por eso lo hago un poco a trompicones. Pero, en el fondo, creo que si pudiera darme el lujo de escribir un número fijo de horas cada día, me sentiría presionada y acabaría hastiada. De todas formas, la cuestión del método poético es algo muy personal. Hay quien escribe todos los días y no pierde la tensión poética…
FSM.- La lectura de la poesía nos forma y nos inspira a las personas, pero sobre todo a los poetas. ¿Qué tipo de poesía y qué poetas te han enriquecido y te han aportado esa inspiración para la realización de tu obra poética?
JP.- Son tantos y tan variados los poetas que me han enseñado y a los que he admirado y admiro, que la lista se haría muy larga. No tengo fijación por una época o estilo concretos. De joven he leído mucho a Rubén Darío, a Juan Ramón Jiménez, a Bécquer y a Pablo Neruda, y mantengo los cuatro amores. Pero luego vinieron, por ejemplo, Safo, Virgilio, Garcilaso, todo el Siglo de Oro (señaladamente Quevedo y Juan de Arguijo), de un salto pasé al 27, a Pedro Salinas, Lorca (sobre todo El Diwan del Tamarit y los Sonetos del amor oscuro), Alberti (Sobre los ángeles), Altolaguirre o Luis Cernuda, y a los poetas del 50: Jaime Gil de Biedma, Ángel González, José Manuel Caballero Bonald, Mª Victoria Atencia… Y de mi generación o generaciones cercanas, Antonio Colinas, Ana Rossetti, Aurora Luque, Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes, Juana Castro… No quiero olvidar tampoco a algunos poetas hispanoamericanos a los que profeso gran admiración: Jaime Sabines, Borges, Juan Gelman… ni a los Kavafis, Pessoa, Sophia de Mello… Pero dejo tantos en el tintero que me da vergüenza.
FSM.- Josefa, volviendo al poema en sí mismo, dime, ¿qué requisitos crees que debe tener un poema para que llegue al lector, qué características para que podamos decir que es un poema redondo, bien hecho, con calidad?
JP.- Debe tener eco y temblor (y la frase no es mía, sino de José Mateos, lúcido poeta jerezano). Yo entiendo el “eco” como la trascendencia: debe llegar lejos, debe hacer resonar una fibra en el lector, tener también un segundo (y un tercer, y un cuarto…) sentido. Y el “temblor” lo asocio con la emoción, que es en parte sentimiento, pero no sólo eso, sino que tiene además un componente misterioso, difícil de precisar.
Cuando leo un poema que me provoca ese temblor y que permanece en mi memoria, como una campana resonando, lo califico como bueno. Por el contrario, creo que los poemas mediocres se olvidan fácilmente.

FSM.- Qué te aporta trabajar como subdirectora de la prestigiosa revista Campo de Agramante?
JP.- La oportunidad de conocer de primera mano las investigaciones, ensayos y artículos de estudiosos de la literatura del S.XX, sobre todo de la literatura del medio siglo, porque esa etapa, tan trascendente para los escritores que han venido después, es el principal punto de interés de la revista.
Es además un placer trabajar con Jesús Fernández Palacios, que la dirige, un poeta y gestor magnífico, con una capacidad de trabajo enorme, y con diseñadores de la talla de Juan Carlos Crespo Laínez y Federico Muñoz. Por supuesto, es un trabajo arduo, que lleva mucho tiempo y necesita mucha dedicación, pero ver un número terminado, comprobar que todo (o casi todo) ha resultado como esperábamos, es una satisfacción.
FSM.- Has conseguido algunos importantes premios de poesía, ¿Supone esto siempre una inyección de optimismo para seguir creando o suele producirse un decaimiento en la actividad creadora?
JP.- Si no hubiese sido por los premios, no creo que hubiese podido publicar. O habría sido muchísimo más difícil. Un premio te proporciona los medios para la difusión, y además te confirma que no andas descaminada, que hay quienes aprecian tu esfuerzo. Te anima, claro que te anima.
FSM.- Josefa, ¿cómo ves tú la poesía que se hace en este momento?
JP.- Variada, libre de corsés y de recetas previas. La poesía se encuentra en una etapa de ebullición, en la que se están cociendo cosas nuevas. Creo, y no lo digo movida por un impulso de optimismo (aunque sí soy optimista), que la poesía se encuentra en un momento feliz. Hay una gran cantidad de autores jóvenes, con un potencial admirable. Son poetas preparados, leídos, viajados, sensibles al entorno, y no se sienten atados a un estilo, a una escuela o a unas formas. Eso me parece muy positivo.
FSM.- Volviendo a tu poesía se percibe a una poeta que escribe de una manera profunda y apasionada en aspectos tan vitales como el amor. ¿Eres tú en tu poesía o eres otros personajes a los que les das voz?
JP.- Soy yo y soy los otros. No concibo la poesía sólo como un ejercicio de confesión o de catarsis, sino también como un modo de compartir y una forma de empatía. El poeta, la poeta, pone de su propia biografía (no puede desentenderse de lo personal, claro está), pero ha de dar cabida a lo ajeno: a lo que ve, a lo que oye, a lo que flota en el ambiente. Y cuando habla de sí mismo, intenta que la experiencia sea compartible por su lector, que éste pueda decir: “eso es lo que yo siento, lo que yo pienso, lo que yo escribiría”, o bien al contrario, provocar al lector, inquietarlo, desasosegarlo. En todo caso, conmoverlo.
FSM.- Quiero acabar esta entrevista dándote las gracias por tu generosidad regalándonos tu tiempo y pidiéndote que me dijeras qué poema de tu obra poética quieres que publiquemos en Paraninfo Poético y por qué.
JP.- Ha sido un placer, Fernando.
He elegido el poema “Peregrino”, que es el que abre mi último libro publicado, La hora azul, porque es una especie de poética, en un sentido muy amplio y difuso del término, o de lema de vida. El poema habla de la búsqueda de la belleza y el asombro, un afán que considero el motor de la existencia y, en buena parte, de la escritura.


PEREGRINO
“Tus ojos frente a lo antes nunca visto”
Luis Cernuda

La belleza te aguarda en cualquier sitio,
peregrino;
las playas que aún no has visto son hermosas
más que aquellas de Ítaca, los cielos
más estrellados aún no los conoces,
ni los montes más altos.
Peregrino,
Penélope no vale lo que el gozo
de ver por vez primera un mar en calma
que espera que lo nombres.
Tú lo sabes
y por eso falseas cada noche
el norte de la brújula y, furtivo,
desvías el timón hacia otros puertos
lejos de aquel tu hogar, lejos de Ítaca.


Josefa Parra
Del libro La hora azul (2007)

2 comentarios:

  1. Magnífico espacio este, magníficas entrevistas y comentarios. Te felicito de corazón, Fernando.

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  2. Muchas gracias, Alberto. Te lo agradezco enormente. Es mi manera de estar también en contacto con el mundo poético.

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