ARJ.- Conocí a una profesora
durante el Bachillerato que se llamaba Magdalena Megino –creo que era de
Valladolid-- y me transmitió su amor por
la lectura y por los libros de poesía. Comencé a leer con tal avidez que al
poco tiempo se creó en mí la necesidad de expresar por escrito mis
sentimientos, mis deseos, mis inquietudes. Otros profesores del Instituto
captaron esa capacidad literaria que estaba naciendo en mí y me abrieron el
camino. Recuerdo especialmente a Mercedes de la Haba , que me enseñó en francés a los mejores
poetas galos, y al profesor Manuel Gracia que, a través de los fundamentos de la Filosofía , me hizo
comprender a locos divinos como Descartes, Platón o Kant. Hasta aquí los
orígenes. Luego pasaron los primeros años en la Universidad donde me
tomé en serio el asunto. A finales de los setenta publiqué una plaquette y en
el ochenta mi primer libro, “Vértigo de la infancia”. Desde entonces no he
parado.
FSM.- Hace poco tiempo que la
editorial Alhulia publicó tu obra poética completa, La llave de los sueños 1979-2012, ¿Qué se siente al reunir en algo más
de 30 años de toda una actividad creadora el trabajo poético publicado en un
solo libro?
ARJ.- El volumen iba a editarse en 2009 con motivo del
30 aniversario de mi primera publicación poética. Pero luego se fue retrasando,
e incluso el estudio introductorio de José Lupiáñez está datado en 2009. Iba a
salir con otro editor, pero llegó la crisis y no pudo ser. Posteriormente se
interesó Alhulia, que ya me habían publicado dos libros anteriormente, y hace
unos meses se encargaron ellos de todo.
Y así ha surgido este libro. En cuanto al sentir, es importante barajar
la posibilidad de tener en un volumen toda la poesía publicada en más de tres
décadas. Algunos de esos 13 libros están perdidos y es imposible encontrarlos
en las librerías. Y ahora tienes acceso a ellos con un estudio introductorio
que orienta y acerca bastante la creación poética al lector. Da las claves,
enmarca todo en su momento histórico y literario y facilita las pistas básicas
al lector. Esto se completa con una bibliografía precisa tanto mía como de
artículos esenciales publicados sobre mi poesía y una cronología también muy
útil para orientar al lector. Y es más importante aún para una persona como yo
que ha estado inmersa en otras actividades, pues me he dedicado esencialmente
al periodismo y a la gestión cultural y eso lo alternaba en los momentos que le
quitaba a mis noches de sueño y a las vacaciones con el resto de mi actividad
creativa como narrador, como antólogo o como editor.
FSM.- Has conseguido numerosos
premios literarios y reconocimientos, pero en tu opinión con qué poemarios te
sientes más satisfecho y por qué.
ARJ.- Mi libro más redondo y más
reconocido por la crítica es Los demonios
de Vyserhad (1999). Lo escribí y
se lo mandé a mi amigo Juan Campos Reina. Él me hizo muchas sugerencias y
muchas de ellas las seguí al pie de la letra y el libro quedó mucho mejor. Es
un poemario contenido y desbordante a la vez. Tuvo muy buena acogida tanto a
nivel crítico como de traducciones. Otro libro clave fue en la primera etapa El sueño de los cuerpos (1982) y una década después Un verano de los 80 (1991). En una etapa más reciente yo destacaría
Sonidos metálicos al sur de Manhattan (2006).
FSM.- Durante 23 años dirigiste
el suplemento de arte y letras Cuadernos del Sur, es decir, casi un cuarto de
siglo de la historia de la literatura y del arte en nuestro país, ¿qué
significó dirigir esta importante actividad en tu vida, qué te dio, qué te ha
aportado?
ARJ.- La verdad es que estoy muy orgulloso de ese
trabajo, que surgió en los años 80. Por aquella época cualquier periódico que
se preciara tenía su suplemento de cultura y nosotros fuimos de los pioneros.
Preparé un proyecto y el director de entonces, Antonio Ramos Espejo, que amaba
el mundo cultural profundamente, se entusiasmó con la idea y lo pusimos en
marcha. Los siguientes directores estuvieron apoyando siempre el suplemento.
Durante muchos años fue casi un empeño personal donde luchaba contra las
diferentes crisis. Luego se convierte en algo habitual y el propio sistema lo
apoya. La difusión de la cultura es esencial para un periódico. Cuadernos del Sur
estaba tan arraigado en todo el periódico, era tan de todos –y hasta de la
ciudad misma- que siguió saliendo con toda normalidad a partir de que yo me
marché. Y eso es un orgullo para mí, porque formo parte esencial de esa
creación que posee un motor de una calidad extraordinaria.
FSM.- ¿De qué manera fue calando en
la sociedad el suplemento Cuadernos del Sur hasta desembocar en la concesión
del importante Premio Nacional del Fomento de la lectura? ¿Qué características
tenía el suplemento para merecer tan importante galardón?
ARJ.- Ahora preparo una
investigación sobre la crítica literaria en Cuadernos del Sur y he releído en
estos días los 200 primeros números. Es un suplemento maravilloso, hecho a
conciencia, con inteligencia y pasión, generoso, desinteresado, donde se
practicaba una crítica seria y rigurosa y los libros valían por su calidad. Me
voy a quedar en el número mil, por lo que no voy a juzgar lo que se ha hecho en
los últimos seis años (en tres de los cuales lo dirigía yo aún), pero puedo garantizar
que Cuadernos del Sur es único. Se tocaban todos los géneros, se era generoso
con los autores, se le dedicaban amplios espacios a la creación, a los autores
jóvenes, a los pintores, a los filósofos, a la fotografía, al cómic, a la
historia, a todo, además de la literatura y el arte. Ha habido varias
corrientes críticas en estos años y cambios de rumbo de contenido y forma.
Siempre ha sido un maravilloso ser vivo y está por encima de muchos suplementos
nacionales. Un escritor muy popular anhelaba siempre –como es lógico-- que sacaran su libro en “El País”, en “El
Cultural del Mundo” o en “Culturas de ABC”, pero se sentía muy satisfecho y
reconocido si le hacían una crítica seria en Cuadernos del Sur.
FSM.- También dirigiste y presentaste el programa
cultural “El Puente de la Luz ”
de Onda Mezquita Televisión, por donde
pasaron más de 250 personajes de la cultura española del momento. Debió ser muy
interesante y enriquecedor, ¿qué aprendiste de todo eso? ¿Qué radiografía se
puede sacar de haber entrevistado a tantos interesantes escritores?
ARJ.- Fueron ocho años
apasionantes. Con la televisión se aprende mucho y más si es en una cadena
pequeña donde tú haces de director, productor, guionista y presentador.
Saliamos a la calle a preparar reportajes que montábamos a la carrera junto a
lo que hacíamos en el estudio. Una hora de programa a la semana con
personajes de fuera o cordobeses es
difícil sin presupuesto, sólo con la imaginación. Cogía a los personajes
asaltándolos. Y esas mismas entrevistas las transcribía para el periódico. Otras
veces hacía debates, coloquios, sobre temas de actualidad. Tener todo eso a
punto cada semana era arduo pero aprendes a organizarte, a expresarte y te
enriqueces con la opinión de gente tan buena. Recuerdo que le hice la última
entrevista que una televisión realizó a José Hierro, entrevisté a Ana María
Matute, a Antonio Gala varias veces, a Caballero Bonald, a directores de cine
como Vicente Aranda, José Luis Borau, Garci, numerosos artistas plásticos de
talla internacional y poetas, escritores, filósofos. Se trata de una lista
enriquecedora e interminable.
FSM.- Casi todos los poetas
tienen sus referentes. ¿A qué poetas admiras y por qué?
ARJ.- A Góngora porque me enseñó
las maravillas de un lenguaje esplendoroso y perfecto como es el español, a
Bécquer porque me hizo que buscara mi yo en el corazón. Juan Ramón Jiménez me
mostró las exigencias del lenguaje, el trabajo perpetuo y la búsqueda de la
poesía en mi mundo interior. Luego llegaron los ángeles mágicos del 27: un Lorca
y un Alberti desbordantes, que te enseñan la pasión por la poesía, un
Aleixandre lleno de perfección y de palabras abiertas como frutas del bosque
recién cortadas, un Cernuda donde aprendes a que las palabras formen parte de
ti. Luego –mirando a Hispanoamérica-- tengo un maestro en Pablo Neruda, el que
más sabe de todos de imágenes y de metáforas. Es el manantial de la poesía del
siglo veinte, aunque no me puedo olvidar de Rubén Darío, que era tan enorme que
mareaba. Luego, a través de traducciones me encandiló Leopardi y en italiano
suena angelical y Hölderlin es bárbaro, bestial, como Rilke. Y si nos vamos a
Francia me aturden de gozo Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Valéry. ¡Mon dieu!
¡Hay tantos y tan buenos! En Estados Unidos hay un gigante llamado Whitman. Me
dejo a docenas que he leído y me han dejado su huella. Luego, del 50 me
interesa Claudio Rodríguez y Ricardo Molina y ya no quiero citar a más. Aunque
me gustaría recordar a Vicente Núñez, a Juan Bernier y a Mario López de
nuestros desaparecidos. Otro poeta al que quiero mucho es a Pablo García Baena,
autodidacta exigente, que busca la perfección en sus versos. Y ahí lo dejamos
porque ya no quiero enemistades. Nombras a unos y olvidas a otros y es un lío
siempre. Cuando era muy joven lo hacía, pero ahora me llegó la prudencia y la
cordura. La locura es mejor dejarla para los versos y para los amores. La
sociedad, la política y la literatura son otra cosa menor.
FSM.- Has sido un trabajador
incansable, pues también dirigiste desde 1995 hasta 2009 la colección poética
Los cuadernos de Sandua que publicaba Cajasur. ¿Qué representó esta importante
colección en el mundo literario poético español?
ARJ.- Efectivamente tuvo una
trascendencia nacional. Yo me propuse sacar a todos los poetas reconocidos y
aposté también por algunos más desconocidos. Fueron 170 libros publicados en
catorce años. Aquello nació cuando se pusieron de moda los libritos de veinte
duros. Era una forma de popularizar la poesía por cien pesetillas. Se hacían al
principio tiradas de 3.000 ejemplares y llegaban a todas partes. Recoge a los
autores vivos más importantes de España y algún hispanoamericano. También había
títulos temáticos. Todos los poetas querían publicar aquí, en Sandua, y como
había doce títulos al año le íbamos dando cabida a muchos lentamente. Tenían
éxito de crítica y se repartían mucho. Una vez una cadena hotelera quiso
quedárselos comprando la titularidad pero Cajasur se negó. Yo podía haberlo
hecho pero no soy persona de deslealtades, a pesar de que la colección estaba
registrada a mi nombre desde antes de iniciar su publicación. Ojalá Cajasur
volviera a retomar la idea de seguir editando esos libros grandes, gigantes de
contenido y de bajo coste. Yo estaría dispuesto a rehacerla y lanzarla porque
es un trabajo precioso. Otro trabajo bonito para la ciudad fue el proyecto
“Viana, patios de poesía”, que atrajo para leer en los patios a más de cien
poetas importantes durante los 14 años que duró.
FSM.- Antonio, por el lugar
privilegiado que has ocupado durante tantos años al frente del devenir
histórico cultural español, has sido seguramente un gran conocedor del estado
vital de la poesía española y de los poetas españoles de este último cuarto de
siglo. ¿Cómo definirías tú esta etapa de la poesía española, o estas etapas si
es que crees que ha habido varias?
ARJ.- Hubo un gran momento a
principio de los años 90 cuando un grupo de poetas mostró su rebeldía contra el
sistema de la “poesía única”. Un grupo de seguidores de algo que se llamó
“poesía clara o de la sentimentalidad” pretendía que todo el mundo escribiera
como ellos y si no lo hacías te excluían de publicaciones, premios, reseñas en
periódicos nacionales, etc. Ante eso surge un movimiento de compromiso que se
ampara desde Cuadernos del Sur y la publicación se convierte en la expresión
física del grupo, defendiendo siempre la buena poesía. Se remonta dicho
movimiento ya como algo tangible a 1993. Se reúnen en Madrid los poetas María
Antonia Ortega, Carlos Clementson, Pedro Rodríguez Pacheco, Antonio Enrique y
yo mismo para crear oficialmente el movimiento de la Diferencia. Protagonizan
el acto de constitución en el Café Libertad de Madrid y se aglutinan en torno a
lo que parecía una corriente numerosos poetas y la prensa. También formaron
parte del grupo José Lupiáñez, Concha García, Jordi Virallonga, Guillén Acosta,
Manuel Jurado López, Gallego Ripoll, Pedro J. de la Peña y Domingo F. Faílde, sumándose
luego varias docenas de poetas. La Diferencia fue un movimiento –nunca tendencia- de
opinión crítica, de poetas que, por amor, respeto y convivencia con la poesía, se
sintieron obligados a denunciar un estado de cosas y unos hábitos por los que
las tendencias, constituidas en modus operandi, eran las fórmulas de
sistematizar lo que, por naturaleza y gratuidad, era asistemático y libre. No
existe definición genérica de la diferencia al no existir un corpus teórico,
unas preceptivas, unas líneas estructurales, canónicas o escriturales,
preestablecidas que identificaran, por su adscripción a ellas, a los
componentes del grupo; pero si en verdad no existe una definición, sí existe
una explicación y es en ella donde reside su legitimidad, su historicidad y su
destrucción, suerte última ésta consiguiente al intento de sistematizar,
estructurar y jerarquizar lo que fue un movimiento libertario que cuestionó el
sistema hegemónico, las estructuras preceptivas y las jerarquías nominales. No se
reconocía otra entidad que la de la gran poesía y ésta, condicionada por
corrientes y tendencias, estaba siendo ninguneada y en vías de extinción. Y
este fue el leiv motiv, generoso y altruista, que movió a aquellos poetas y
críticos a tomar posicionamiento en la denuncia de un estado de cosas
absolutamente injustas y por injustas intolerables.
FSM.- Volvamos a la poesía en su
esencia, podrías decirnos según tu opinión cuándo podemos decir que estamos
ante un poemario de calidad. ¿Qué requisitos debe reunir un buen poemario para
afirmar que estamos ante una obra de altura?
ARJ.- Un libro correcto, que gane
un premio y se publique o que alguien te lo publique, lo puede escribir
cualquiera que conozca los resortes de la escritura, que evidentemente es un
oficio como otro cualquiera. Un buen médico llega a serlo porque ha estudiado
mucho y porque sabe diagnosticar y curar con más habilidad que la media. En
poesía se llega hasta ahí pero hay que superar un escalón más para que haya un
buen, excelente o genial poeta. En un libro puede haber unos versos que al
leerlos te producen un escalofrío que sube por la espina dorsal y te altera.
Ahí hay poeta, pero en ese mismo libro eso ocurre en varios poemas, hay un gran
poeta y si ocurre en todo el libro hay un enorme poeta. Ésta sería una forma de
explicarlo. Pero ahora pongo un ejemplo de arte. Ha habido genios de la pintura
que han sido despreciados, sus contemporáneos no han sabido valorarlos y ahora
sus obras se venden por millones de euros. Bécquer, volviendo a la poesía, no
logró el pobre publicar en vida y ahora es un gran poeta. Hay también poetas
muy mediocres que actualmente están muy
valorados porque publican en editoriales de prestigio, porque salen en
periódicos nacionales, televisiones y poseen púlpitos de expresión, etc. Es
decir, por factores externos que no tienen nada que ver con su poesía. De modo
que la fórmula sería, si la obra está limpia de faltas de ortografía y
problemas de sintaxis, si hay musicalidad correcta y el libro está bien
editado, lo único que queda para distinguir, es la prueba de la columna
vertebral.
FSM.- ¿Y el poema? ¿Cuándo
podemos saber que estamos ante un poema redondo, el poema perfecto o que raya
la perfección?
ARJ.- La respuesta sería la misma
aunque reduciéndolo todo. Es incluso más fácil juzgar un solo poema.
FSM.- Antonio, una de nuestras
preguntas estrella es pedir a los poetas que nos digan una definición de
poesía. ¿Qué es poesía para ti?
ARJ.- El artista, el poeta –como
dijo Paul Verlaine-- debe ser
absolutamente él mismo. Poesía es la capacidad que el poeta posee para decir lo
indecible, para expresar lo inexpresable.
FSM.- Has cultivado no solo la poesía
sino también el ensayo y la narrativa y la columna periodística. ¿Dónde te
sientes más a gusto y por qué?
ARJ.- Yo soy un escritor –el
éxito o no éxito es ajeno a la propia escritura, aunque influye-- y pienso en creación y en vasos comunicantes.
El creador literario tiene una necesidad de expresar (lo inexpresable) y busca
el canal más apropiado. A veces quieres expresar lo más hondo de ti, tus
sentimientos, por ejemplo, y necesitas la poesía, otras veces quieres contar
una historia que te bulle en tu interior y escribes un relato o una novela, y
otras veces quieres reflexionar y expresar algo investigado y obviamente
necesitas escribir ensayo o columna de opinión o lo que sea. Pero te sientes a
gusto en todo.
FSM.- Para acabar, pues no
queremos abusar demasiado de tu tiempo, ¿podrías decirnos en qué estás
trabajando ahora?
ARJ.- Estoy con un trabajo de
investigación, un largo ensayo de crítica literaria, pero a la vez tengo casi
terminado un libro de relatos hiperbreves. He escrito 200 relatos sobre historias
de la vida en Fez. Lo elaboraba los sábados y domingos por la tarde en un
cafetín de Fez llamado Nadirino, donde veía cosas de la vida cotidiana moderna
de Marruecos. Es algo simpático y bonito para leer entre parada y parada de metro o de autobús.
También tengo inéditos dos libros de poesía (uno de ellos es un libro grandioso
de ángeles y otro habla de la pobreza infinita en la que vive actualmente la
gente que ha perdido la esperanza) y una novela.
FSM.- Los poetas que participan
en esta entrevista nos dejan al final un poema y nos explican por qué lo han
elegido. ¿Podrías dejarnos uno, por favor? Muchas gracias por tu colaboración.
ARJ.- Es un poema minúsculo
que habla precisamente de la vida del poeta que se ha convertido a su vez en
uno de esos seres abandonados por los dioses. Antes era gigante, como el
albatros de Baudelaire, pero al caer a tierra no es nada. Es posible que nunca
fuera nada.
Espejo en la roca
Liba cientos de instantes,
bebe en miles de lenguas,
absorbe todas las fuentes del
viejo planeta.
No sabe que detrás de ese
paisaje
hay un espejo dibujado en la
roca
que se refleja millones de
veces.
Ignora que detrás de la
belleza
se ha instalado la nada.
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