El pasado día 24 de marzo se presentó en la Biblioteca Central de Córdoba El mar de los veranos, primer poemario que publica José Cañuelo Calero, editado por Ediciones depapel, y presentado por Fernando Sánchez Mayo.
El mar es un motivo de inspiración para muchos poetas y también en el caso de nuestro amigo poeta al que hoy nos referimos. El título por sí mismo ya es muy sugerente y nos remite a una temporada vacacional de placer y relajación.
Los poemas de este libro tienen en general una característica común que es la contemplación del mundo exterior. Cada poema parte de una situación contemplativa del mundo exterior que rodea al poeta y que él la describe de una manera personalísima y llena de sosiego para luego virar levemente con una contención milimétrica e informarnos de un constraste, de algo que ocurre en el mundo interior del poeta. Son comparaciones sobre cómo se nos muestra el mundo y cómo estamos viendo ese mundo que es la vida. Así, por ejemplo, en el poema Mar interior, tras la contemplación de un puerto absolutamente en calma donde los barcos sigilosamente entran y salen del puerto, el poeta los compara en contraposición con el movimiento rápido y encrespado del pensamiento, que es otro mar también, su mar interior. En el poema La piel, el mar, José Cañuelo vuelve a intentar explicarse el mundo utilizando los contrastes, es decir, vuelve a las comparaciones entre esto y aquello para tratar de ver las diferencias y ver la claridad, pero aquí también, en este caso lo hace por identificación. Hay una identificación del poeta con el mar que está contemplando.
En todo el libro se da esa dicotomía entre lo interior y lo exterior. Y hablando de lo exterior y lo interior me viene a la cabeza los guiones de cine en donde siempre se especifica en qué lugar nos encontramos. Y siguiendo al hilo de esto quería apuntar que otra de las características de los poemas de este libro son los de tener la cualidad de lo cinematográfico, es decir, se percibe la influencia que tiene el cine en sus poemas. Él que es un auténtico enamorado del séptimo arte y que tiene unos amplísimos conocimientos, así lo denota en su vida personal y así se ve influenciado en su poética. Quizás sea por eso por lo que los personajes femeninos que aparecen y a quienes adora no se llaman María o Carmen, sino Delphine, Chloé, Justine... que bien podrían pertenecer a grandes películas del cine de Woody Allen o del cine francés de Godard, Truffaut o Chabrol, grandes poetas de la novelle vague. No quería dejar escapar que me ha parecido ver en los poemas de Cañuelo Calero otra influencia más de lo cinematográfico y me refiero al fundido y al flash back, quiero decir que sus poemas atienden en un momento determinado a un cambio, a un movimiento leve en donde se produce el viraje en el poema para expresar una emoción, pero siempre de una manera contenida y armónica.
Estos poemas tienen también otra característica a destacar y es que son poemas descriptivos en donde abundan acertadas y hermosas imágenes como ocurre en el poema Este aire: Es la lluviosa luminosidad que babea en la sed de las piedras y en la tierra agrietada como una piel.
Este bellísimo opúsculo poético en forma y contenido podemos apreciar también las preocupaciones del poeta. Entre ellas están la del paso del tiempo, el asombro ante el mundo, algún incipiente dolor que merodea cerca de él o una leve oleada de tristeza que se le aproxima. Y lo digo usando estos adjetivos para denotar que en realidad todo esto lo hace desde una milimétrica contención.
Con esta primera publicación José Cañuelo Calero nos deleita y nos apunta en la dirección de por donde va su poética, una poética experta y llena de madurez, equilibrada, y de altura. Estamos pues ante un gran poeta que tiene mucho que decir. Mi felicitación y mi enhorabuena al amigo y al poeta.
Les dejamos con uno de los poemas
EL MAR INTERIOR
Cierro los ojos
y recorro el malecón donde la calma aparente
vira y hace maniobras de atraque
en un silencio de barcos y orfandad del cielo.
Es la noche vacía del verano
y del pensamiento que no es lugar ni morada,
sino movimiento puro y encrespado,
como la fuerza inconducente
y sumergida del mar.
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