FSM.- Juana, la publicación de tu primer libro Cóncava mujer allá por el año 1978 supuso un revulsivo por aquellos años en los que el movimiento feminista iniciaba su andadura por Andalucía. Fue el libro más vendido ese año en la Feria del libro según el Diario Córdoba. ¿Cómo recuerdas todo aquello con la perspectiva del tiempo después de más de 30 años?
JC.- Vivíamos la transición política y democrática y perseguíamos la autonomía andaluza. Yo era una joven (ya con tres hijos, pero joven) llena de ilusiones que había aterrizado en Córdoba hacía unos años. Compartí aquella feria, en el bulevar, y luego también la de Madrid, con un periodista y poeta singular, Sebastián Cuevas. Por entonces el movimiento feminista, cuya célula cordobesa se reunía en el Círculo Juan XXIII, no había acuñado todavía dos palabras que a mí me producen alergia: una es “igualdad”, término que no se puede usar sin apellidos, y la otra es “lucha”. Me molesta que hablen de mí calificándome de “luchadora”, porque es un término bélico y las mujeres somos pacifistas. Yo ni he luchado ni pienso luchar. Y estoy muy contenta en mi cuerpo de mujer, no me quiero igualar con los hombres.
FSM.- ¿Cómo fueron tus primeros comienzos en el mundo de la poesía y cómo te diste cuenta de que la escritura poética era ya una vocación?
JC.- Desde que con 6 años leía de carrerilla canciones, romances, cuentos y fragmentos de poemas en un libro llamado precisamente “Lecturas”: paladear palabras era mejor que chupar un caramelo. De manera más honda cuando oigo recitar a un poeta de mi pueblo, Antonio García Copado, que vivía en Nueva York, un poema de Juana de Ibarbourou, y siento una punzada en las entrañas.
FSM.- ¿Qué te aportó el contacto con los otros poetas cordobeses del grupo Zubia?
JC.- Disciplina, obligarme a escribir sin esperar la inspiración. Cada semana leíamos cada uno un poema propio y entre todos lo comentábamos, lo analizábamos, lo “destripábamos”, le sacábamos las vergüenzas. Hacíamos lo que ahora se hace en los talleres literarios, con la diferencia de que no había maestros, cada cual tenía la autoridad que le reconocíamos. Compartíamos diversidad y democracia, ilusión, ganas de aprender, de trabajar, y respeto por los mayores.
FSM.- Juana, me imagino que ser poeta y mujer no sería tampoco muy fácil en tus comienzos, ¿tuviste que afrontar algún tipo de barreras, incomprensiones o todo fue sobre ruedas?
JC.- En el grupo me recibieron con naturalidad, como a una semejante, había ya otra chica, la leonesa Mercedes Castro. No tuve ningún tipo de barrera exterior. Las incomprensiones y los malos ratos llegaron después, cuando me encasillaron como feminista. En cuanto hacía observaciones acerca del tratamiento que poetas consagrados dedicaban a las mujeres o cuando objetaba algo acerca de la escasa participación de las poetisas, me miraban con cara de “ya está Juana con lo suyo” y eso sucedía ya en los 80, en la Posada del Potro, incluso con los jóvenes poetas que ahora mismo se han hecho un nombre. Son cosas desagradables y muy antiguas, pero yo tuve que sufrirlas porque además, entre las poetas no había quien me siguiera ni me apoyara. Hoy, cuando la igualdad se ha puesto de moda, todo el mundo se ha subido al carro, ahora que para mí eso de igualdad me suena tan antiguo…
FSM.- Luego vinieron poemarios como Del dolor y las alas, Paranoia en otoño, Narcisia, y Arte de cetrería con el que ganaste el prestigioso premio Juan Ramón Jiménez. ¿Qué supuso este importante premio en tu carrera poética?
JC.- Con ese libro salté al ámbito internacional, salieron multitud de reseñas, incluso del director de la Real Academia, Fernando Lázaro Carreter. En el jurado del Premio Nacional de Poesía 1990 hubo un encendido debate contra el representante de la Academia Gallega, que defendía mi libro y no quiso ceder a las presiones de otros miembros del jurado: ganó Carlos Bousoño, como tenía que ser. Yo era muy joven para la época y una recién llegada. La moda de las poetisas jóvenes llegó después. Los avatares de ese premio me los contó 6 años después su viuda, la poetisa Luz Pozo Garza, cuando coincidí con ella en un congreso de poetas mujeres en Vigo. No nos conocíamos de nada, ni a ella ni a su marido. Eso hoy es impensable.
Pero lo mejor de Arte de cetrería fue su escritura. Lo escribí en estado de trance, literalmente me lo fueron dictando. Cuando iba por la calle, al colegio, o cuando volvía del gimnasio, en cualquier sitio, los versos me venían ya hechos. Y luego, cuando de noche me ponía a escribir, ya mis niños acostados, cada poema era un sistema de ecuaciones que se iba desenrollando solo, como si cada palabra fuera un puzzle de música y sentido que hubiese buscado previamente su lugar y a mí me lo mostrara sin más. Esa manera de escribir, casi milagrosa, no la he vuelto a sentir nunca más, más que en algún poema suelto.
FSM.- Más tarde conseguiste muchos más premios de poesía como el premio Carmen Conde, San Juan de la Cruz o el premio Jaén de poesía. ¿Podrías explicarnos cómo trabajas un poemario? ¿Qué aspectos hay que cuidar para que, según tu opinión, un libro de poemas tenga una calidad general, completa?
JC.- No siempre la unidad tiene que ser temática, puede venir dada por el ambiente, el clima o la semejanza del tiempo que se vive. Lo que sí sé es que un poema, al menos para mí, viene y tiene que venir de la vida, de la experiencia, teniendo en cuenta que tan experiencia es la realidad como las lecturas o los sueños.
FSM.- Juana, ¿cuál es, en tu opinión, la función de la poesía, si es que crees que debe tener alguna función?
JC.- La primera función es servir de vehículo al deseo de quien escribe, que lo hace porque necesita expresar una visión o un desasosiego, o explicarse a sí mismo aquello que no entiende, que lo excede, ya sea por positivo como por negativo. La función de la poesía es dejar constancia de un tiempo, de un fenómeno, de un hecho, pero tiempos, fenómenos y hechos no generales, no objetivos, sino personales, individuales, y por lo mismo preciosos, transferibles por intransferibles, universales quizá por íntimamente personales.
FSM.- ¿Cuáles son tus poetas favoritos y a qué poetas sigues releyendo?
JC.- Vivíamos la transición política y democrática y perseguíamos la autonomía andaluza. Yo era una joven (ya con tres hijos, pero joven) llena de ilusiones que había aterrizado en Córdoba hacía unos años. Compartí aquella feria, en el bulevar, y luego también la de Madrid, con un periodista y poeta singular, Sebastián Cuevas. Por entonces el movimiento feminista, cuya célula cordobesa se reunía en el Círculo Juan XXIII, no había acuñado todavía dos palabras que a mí me producen alergia: una es “igualdad”, término que no se puede usar sin apellidos, y la otra es “lucha”. Me molesta que hablen de mí calificándome de “luchadora”, porque es un término bélico y las mujeres somos pacifistas. Yo ni he luchado ni pienso luchar. Y estoy muy contenta en mi cuerpo de mujer, no me quiero igualar con los hombres.
FSM.- ¿Cómo fueron tus primeros comienzos en el mundo de la poesía y cómo te diste cuenta de que la escritura poética era ya una vocación?
JC.- Desde que con 6 años leía de carrerilla canciones, romances, cuentos y fragmentos de poemas en un libro llamado precisamente “Lecturas”: paladear palabras era mejor que chupar un caramelo. De manera más honda cuando oigo recitar a un poeta de mi pueblo, Antonio García Copado, que vivía en Nueva York, un poema de Juana de Ibarbourou, y siento una punzada en las entrañas.
FSM.- ¿Qué te aportó el contacto con los otros poetas cordobeses del grupo Zubia?
JC.- Disciplina, obligarme a escribir sin esperar la inspiración. Cada semana leíamos cada uno un poema propio y entre todos lo comentábamos, lo analizábamos, lo “destripábamos”, le sacábamos las vergüenzas. Hacíamos lo que ahora se hace en los talleres literarios, con la diferencia de que no había maestros, cada cual tenía la autoridad que le reconocíamos. Compartíamos diversidad y democracia, ilusión, ganas de aprender, de trabajar, y respeto por los mayores.
FSM.- Juana, me imagino que ser poeta y mujer no sería tampoco muy fácil en tus comienzos, ¿tuviste que afrontar algún tipo de barreras, incomprensiones o todo fue sobre ruedas?
JC.- En el grupo me recibieron con naturalidad, como a una semejante, había ya otra chica, la leonesa Mercedes Castro. No tuve ningún tipo de barrera exterior. Las incomprensiones y los malos ratos llegaron después, cuando me encasillaron como feminista. En cuanto hacía observaciones acerca del tratamiento que poetas consagrados dedicaban a las mujeres o cuando objetaba algo acerca de la escasa participación de las poetisas, me miraban con cara de “ya está Juana con lo suyo” y eso sucedía ya en los 80, en la Posada del Potro, incluso con los jóvenes poetas que ahora mismo se han hecho un nombre. Son cosas desagradables y muy antiguas, pero yo tuve que sufrirlas porque además, entre las poetas no había quien me siguiera ni me apoyara. Hoy, cuando la igualdad se ha puesto de moda, todo el mundo se ha subido al carro, ahora que para mí eso de igualdad me suena tan antiguo…
FSM.- Luego vinieron poemarios como Del dolor y las alas, Paranoia en otoño, Narcisia, y Arte de cetrería con el que ganaste el prestigioso premio Juan Ramón Jiménez. ¿Qué supuso este importante premio en tu carrera poética?
JC.- Con ese libro salté al ámbito internacional, salieron multitud de reseñas, incluso del director de la Real Academia, Fernando Lázaro Carreter. En el jurado del Premio Nacional de Poesía 1990 hubo un encendido debate contra el representante de la Academia Gallega, que defendía mi libro y no quiso ceder a las presiones de otros miembros del jurado: ganó Carlos Bousoño, como tenía que ser. Yo era muy joven para la época y una recién llegada. La moda de las poetisas jóvenes llegó después. Los avatares de ese premio me los contó 6 años después su viuda, la poetisa Luz Pozo Garza, cuando coincidí con ella en un congreso de poetas mujeres en Vigo. No nos conocíamos de nada, ni a ella ni a su marido. Eso hoy es impensable.
Pero lo mejor de Arte de cetrería fue su escritura. Lo escribí en estado de trance, literalmente me lo fueron dictando. Cuando iba por la calle, al colegio, o cuando volvía del gimnasio, en cualquier sitio, los versos me venían ya hechos. Y luego, cuando de noche me ponía a escribir, ya mis niños acostados, cada poema era un sistema de ecuaciones que se iba desenrollando solo, como si cada palabra fuera un puzzle de música y sentido que hubiese buscado previamente su lugar y a mí me lo mostrara sin más. Esa manera de escribir, casi milagrosa, no la he vuelto a sentir nunca más, más que en algún poema suelto.
FSM.- Más tarde conseguiste muchos más premios de poesía como el premio Carmen Conde, San Juan de la Cruz o el premio Jaén de poesía. ¿Podrías explicarnos cómo trabajas un poemario? ¿Qué aspectos hay que cuidar para que, según tu opinión, un libro de poemas tenga una calidad general, completa?
JC.- No siempre la unidad tiene que ser temática, puede venir dada por el ambiente, el clima o la semejanza del tiempo que se vive. Lo que sí sé es que un poema, al menos para mí, viene y tiene que venir de la vida, de la experiencia, teniendo en cuenta que tan experiencia es la realidad como las lecturas o los sueños.
FSM.- Juana, ¿cuál es, en tu opinión, la función de la poesía, si es que crees que debe tener alguna función?
JC.- La primera función es servir de vehículo al deseo de quien escribe, que lo hace porque necesita expresar una visión o un desasosiego, o explicarse a sí mismo aquello que no entiende, que lo excede, ya sea por positivo como por negativo. La función de la poesía es dejar constancia de un tiempo, de un fenómeno, de un hecho, pero tiempos, fenómenos y hechos no generales, no objetivos, sino personales, individuales, y por lo mismo preciosos, transferibles por intransferibles, universales quizá por íntimamente personales.
FSM.- ¿Cuáles son tus poetas favoritos y a qué poetas sigues releyendo?
JC.- Juana de Ibarbourou fue mi primera devoción. Una antología suya fue el primer libro de mi biblioteca personal con 14 años, lo pedí contra reembolso a la Librería Luque desde mi pueblo, y la “viuda de Luque” me lo hizo llegar. Mi formación fue por un lado muy clásica, porque los fragmentos de los manuales de Literatura me encaminaban a los libros de los clásicos, y por otra de aluvión, muy popular, por la cercanía de la copla, los romances, las leyendas, los cantares de ciego, el habla campesina llena de metáforas y refranes. Luego vinieron Rosalía de Castro, Safo, san Juan de la Cruz, Góngora… De los más cercanos Juan Ramón Jiménez en cuyo Platero y yo aprendí las imágenes, García Lorca, Ángela Figuera, Pablo García Baena, Adrienne Rich y mis coetáneas Julia Uceda, Paca Aguirre, Maria Victoria Atencia, Concha García… La lista es muy larga. Como decía Borges, por qué renunciar a ninguna tradición, pudiendo aspirar a todas. Me considero heterodoxa, aprendo de todo y en cada río puede haber oro.
FSM.- La Junta de Andalucía te reconoció tu trayectoria poética. ¿Qué se siente al recibir la medalla de Andalucía?
JC.- Primero alegría y luego responsabilidad. Cada poema es un reto y cada papel en blanco quiere llenarse de cosas nuevas (lo imposible, claro).
FSM.- De todos tus poemarios, ¿sabrías escoger alguno en particular por alguna razón especial?
JC.- Hay dos libros en los que está más explícitamente mi tierra, mi comarca de nacimiento, Los Pedroches. Uno es Fisterra y otro Del color de los ríos. En Fisterra (el final de la tierra en gallego) es la niña y su desconsuelo, su polaridad atrapada entre dos mundos: el armónico del universo femenino monjil del colegio de Cristo Rey y el bestial, incomprensible pero pleno también de belleza –violenta– del campo, del cortijo, del trabajo y su dureza. En Del color de los ríos son las vivencias en positivo de una vida de mujer, o de varias, que sabe sacar de cada experiencia de lo rural los momentos mágicos, los compartidos y felices, especialmente su ser y sentirse mujer; con algunas sombras, claro.
FSM.- Hace poco tiempo salió publicado en la colección Vandalia, de la Fundación José Manuel Lara una extensa antología de toda tu obra bajo el bello título de Heredad. ¿Significa esto una retirada de la poesía o es sólo un descanso?
JC.- Heredad significa un espacio de tierra heredado de los antepasados, y también la herencia memorial y moral, la incorpórea hecha de instantes, incomprensiones, arrobamientos, gozos, amores y desamores, especialmente de las antepasadas rurales, anónimas pero animosas, casi analfabetas pero sabias, escondidas pero creadoras. Creadoras y sustentadoras del cuidado, de la vida y de las relaciones. Y sanadoras, cocineras, rezadoras, mediadoras… El título completo es Heredad seguido de Cartas de enero, porque además de la antología hay un nuevo libro, Cartas de enero.
En cuanto a retirada, estoy a merced de la vida, no he puesto punto final a nada. Cuando paso mucho tiempo sin escribir poesía, cosa que ahora ocurre a menudo porque la juventud se llevó la necesidad y su urgencia, me deprimo y me sube la tensión, así que, aunque sólo sea por higiene, debo seguir.
FSM.- Y por último, Juana, ¿podrías elegir uno de entre todos tus poemas para los lectores y decirnos por qué lo has elegido?
JC.- Se trata de un poema que soñé, tan claro que al despertar creí que tenía que estar ya escrito. Pero hice mis averiguaciones y después de asegurarme de que no lo había escrito ya otra compañera, lo hice. Se trata de un objeto muy propio de las mujeres, un llamado “accesorio” por los comerciales de la moda, pero que para cada mujer es tan importante como su piel o su mascota, “Toda la piel del mundo”. Termina con un juego de intertextualidad entre la temática del objeto y los versos de Jorge Manrique de las “Coplas a la muerte de su padre”, que al ponerse en relación con el objeto pasan de la muerte al significado de la vida..
FSM.- La Junta de Andalucía te reconoció tu trayectoria poética. ¿Qué se siente al recibir la medalla de Andalucía?
JC.- Primero alegría y luego responsabilidad. Cada poema es un reto y cada papel en blanco quiere llenarse de cosas nuevas (lo imposible, claro).
FSM.- De todos tus poemarios, ¿sabrías escoger alguno en particular por alguna razón especial?
JC.- Hay dos libros en los que está más explícitamente mi tierra, mi comarca de nacimiento, Los Pedroches. Uno es Fisterra y otro Del color de los ríos. En Fisterra (el final de la tierra en gallego) es la niña y su desconsuelo, su polaridad atrapada entre dos mundos: el armónico del universo femenino monjil del colegio de Cristo Rey y el bestial, incomprensible pero pleno también de belleza –violenta– del campo, del cortijo, del trabajo y su dureza. En Del color de los ríos son las vivencias en positivo de una vida de mujer, o de varias, que sabe sacar de cada experiencia de lo rural los momentos mágicos, los compartidos y felices, especialmente su ser y sentirse mujer; con algunas sombras, claro.
FSM.- Hace poco tiempo salió publicado en la colección Vandalia, de la Fundación José Manuel Lara una extensa antología de toda tu obra bajo el bello título de Heredad. ¿Significa esto una retirada de la poesía o es sólo un descanso?
JC.- Heredad significa un espacio de tierra heredado de los antepasados, y también la herencia memorial y moral, la incorpórea hecha de instantes, incomprensiones, arrobamientos, gozos, amores y desamores, especialmente de las antepasadas rurales, anónimas pero animosas, casi analfabetas pero sabias, escondidas pero creadoras. Creadoras y sustentadoras del cuidado, de la vida y de las relaciones. Y sanadoras, cocineras, rezadoras, mediadoras… El título completo es Heredad seguido de Cartas de enero, porque además de la antología hay un nuevo libro, Cartas de enero.
En cuanto a retirada, estoy a merced de la vida, no he puesto punto final a nada. Cuando paso mucho tiempo sin escribir poesía, cosa que ahora ocurre a menudo porque la juventud se llevó la necesidad y su urgencia, me deprimo y me sube la tensión, así que, aunque sólo sea por higiene, debo seguir.
FSM.- Y por último, Juana, ¿podrías elegir uno de entre todos tus poemas para los lectores y decirnos por qué lo has elegido?
JC.- Se trata de un poema que soñé, tan claro que al despertar creí que tenía que estar ya escrito. Pero hice mis averiguaciones y después de asegurarme de que no lo había escrito ya otra compañera, lo hice. Se trata de un objeto muy propio de las mujeres, un llamado “accesorio” por los comerciales de la moda, pero que para cada mujer es tan importante como su piel o su mascota, “Toda la piel del mundo”. Termina con un juego de intertextualidad entre la temática del objeto y los versos de Jorge Manrique de las “Coplas a la muerte de su padre”, que al ponerse en relación con el objeto pasan de la muerte al significado de la vida..
FSM.- Has sido muy amable, Juana, contestando a mis preguntas. Muchas gracias por tu generosidad.
Toda la piel del mundo
Tú los ves ahí colgados, tirados, y dices,
vaya cosa, son cosa de mujeres, tonterías,
lo llevan para meter el pintalabios,
el móvil, quizás una compresa. Y te olvidas.
Pero ellas no olvidan, lo llevan como a un gato,
como al fiel compañero, como su santo y seña,
como su claro ex-libris.
Te equivocas si crees, en tu inocencia,
que esa cosa de rafia o de piel beige
sirve para tener a mano el colorete, las llaves, el perfume.
Yo la he visto de noche,
esa cosa respira, es una megalópolis,
no está quieta por dentro, es multiforme y crece.
A la hora del pan huele a cerveza,
y cuando está nublado
te puedes encontrar con que ahí dentro
hay una hija, un sol, unas tijeras
de robar rosas rojas.
Ahí, a tres de julio, he visto amanecer los pájaros cantando
y había un abanico para un novio
y una estrella de miel para la madre.
En el rincón azul, las gafas de coser,
las recetas del padre a la fecha de hoy,
la muestra de la tela –preciosa– que le dio el tapicero.
Al fondo la novela, la última, de Doris Lessing
y el bono de 10 horas del gimnasio.
Por ahí pasa un río,
pasa el día, la música, la niebla...
Esa cosa. Mi bolso.
Que va a dar al mar.
Toda la piel del mundo
Tú los ves ahí colgados, tirados, y dices,
vaya cosa, son cosa de mujeres, tonterías,
lo llevan para meter el pintalabios,
el móvil, quizás una compresa. Y te olvidas.
Pero ellas no olvidan, lo llevan como a un gato,
como al fiel compañero, como su santo y seña,
como su claro ex-libris.
Te equivocas si crees, en tu inocencia,
que esa cosa de rafia o de piel beige
sirve para tener a mano el colorete, las llaves, el perfume.
Yo la he visto de noche,
esa cosa respira, es una megalópolis,
no está quieta por dentro, es multiforme y crece.
A la hora del pan huele a cerveza,
y cuando está nublado
te puedes encontrar con que ahí dentro
hay una hija, un sol, unas tijeras
de robar rosas rojas.
Ahí, a tres de julio, he visto amanecer los pájaros cantando
y había un abanico para un novio
y una estrella de miel para la madre.
En el rincón azul, las gafas de coser,
las recetas del padre a la fecha de hoy,
la muestra de la tela –preciosa– que le dio el tapicero.
Al fondo la novela, la última, de Doris Lessing
y el bono de 10 horas del gimnasio.
Por ahí pasa un río,
pasa el día, la música, la niebla...
Esa cosa. Mi bolso.
Que va a dar al mar.
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