FSM.- Vives en Sevilla, pero
naciste en Córdoba, y fue en esta ciudad donde empezaste tu actividad como
poeta. ¿Cómo recuerdas aquel tiempo?
DGF.- Efectivamente, nací en
Córdoba y he vivido en esta ciudad casi treinta años, es decir, toda una vida.
Una vida muy afortunada, gracias al paraíso perdido que resulta de una infancia
y una juventud feliz. Probablemente ese paraíso caducó para mí al cumplir los
diecisiete, una edad muy fronteriza también emocionalmente, pues a los pocos
meses murió mi padre. Córdoba, pues, es la ciudad donde se construye mi memoria
y mi sentimentalidad, la persona que soy, donde queda uno de mis hermanos,
algunos pocos amigos (pues la mayoría también volaron) y un sentimiento extraño
y contradictorio de volver a un lugar al que no perteneces, pero que está
dentro de ti.
FSM.- Por aquellos años
coordinaste el aula de Cultura de la facultad de Filosofía y Letras de Córdoba
y fuiste responsable de la antología El
siglo que expira. Luego codirigiste con Juan Carlos Reche el ciclo Las noches del Can Can así como la
colección de poesía independiente La nube
de Goku, ¿qué significó todo
aquello para ti?
DGF.- Sin duda, aquellos años
universitarios fueron claves para mí. Tras dejar el instituto y un breve
paréntesis laboral, tuve la oportunidad de retomar los estudios universitarios
con una edad algo más avanzada. Esta circunstancia me hizo valorar mucho mejor el
tiempo que pasé entre las aulas universitarias para disfrutarlo a tope. También
tuve desde el primer momento muy claro un afán por dinamizar y activar la
cultura desde nuestra responsabilidad como estudiantes de letras
universitarios. En el último año de carrera, efectivamente, fui el Coordinador
del Aula de Cultura de la Facultad
y, como recuerdo, coordiné la antología El
siglo expira, que ha quedado como un referente, una imagen fija de un
momento muy interesante de la poesía cordobesa actual. Por otra parte, Las noches del Can Can fue una manera de
expandir aquel activismo cultural fuera de la universidad y de la oficialidad
cultural. Hacíamos aquel ciclo poético ya legendario que fue el origen a otras
iniciativas poéticas. Con el tiempo, ese fermento originó el gran festival de
poesía Cosmopoética. Can Can empezó con Raúl Alonso y fue continuado por otros
amigos como Juan Antonio Bernier, Eduardo Chivite, Juan Carlos Reche y yo
mismo. Por cierto, de todo esto y de mucho más se habla en la completa
antología que Eduardo Chivite y Antonio Barquero prepararon con la editorial
sevillana El cangrejo pistolero, titulada Terreno
fértil. Un ámbito poético. (Córdoba, 1994-2009).
FSM.- ¿Cuáles han sido la nómina
de poetas que más te han gustado y que más han influido en tu actividad como
poeta?
DGF.- Difícil de concretar esa
nómina por su amplitud. Sin duda, cada poeta aporta algo único y sorprendente
que lo define también como persona. Partiendo de los clásicos, aún recuerdo mi
primer encuentro con Quevedo y su “amor más poderoso que la muerte” o, algunos
años atrás, cuando les leía en voz alta a mis padres el Romancero gitano y el Poema
del cante jondo. No obstante, reconozco en Góngora el origen del fenómeno
poético, la perfección técnica del lenguaje. Pero si tengo que elegir a un
poeta que realmente me ha influido en mi poesía tendría que quedarme con Antonio
Machado, donde confluye indisolublemente lo ético y lo estético. De la Generación del 27 soy
devoto de Alberti y Cernuda, entre tantos grandes, además de Lorca ya señalado
y la línea gongorina, como buen andaluz y cordobés. Así, presentes están los
poetas de Cántico, junto con los de
la generación del 50, José Hierro, Gil de Biedma, Ángel González hasta los
poetas de la otra sentimentalidad como Javier Egea y Luis García Montero en los
años ochenta y hasta ahora. Este último, probablemente, es el que más me sigue
influyendo y así lo reconozco, al margen de que en el actual campo literario
sea un blanco llamativo para encender polémicas. A mí sólo me interesó su
poesía potente, inteligente, clara, emocionante, real.
FSM.- ¿Cómo definirías tú la poesía?
DGF.- Aún sigo tratando de
definirla y no quisiera dejar de hacerlo. Probablemente la poesía se defina en
cada poema. Y cada poema es la expresión fija de algo continúo, fluyente, como
la realidad, pero que no es la realidad, pues ¿qué es la realidad? La poesía
indaga, busca, se pregunta y crea presencia, cristaliza nuestro pensamiento en
una expresión lingüística en la que nos reconocemos en un momento dado como en
un espejo que devuelve la emoción que una vez sentimos.
FSM.- ¿Qué debe tener un poema
desde tu punto de vista para considerarlo que tiene calidad poética?
DGF.- Grosso modo y, por este
orden, emoción, inteligencia y ritmo. Su calidad poética dependerá de cómo se
integren esos tres elementos o, con otras palabras, de cómo forma y fondo se
unan armoniosamente potenciándose ambos aspectos de manera recíproca.
FSM.- ¿Qué te atrajo de la
poética del gran poeta cordobés Juan Bernier para llevar a cabo ese trabajo
recientemente publicado por Pre-textos?
DGF.- De su poética me atrajo
precisamente el aspecto menos estudiado del poeta y, paradójicamente, el que
mejor lo define, su vertiente social.
FSM.- ¿Qué personaje hay detrás
de los versos de Juan Bernier en La
compasión pagana desde el punto de vista humano?
DGF.- Al hilo de la pregunta
anterior, La compasión pagana recoge
los poemas donde mejor se percibe esa vertiente social que he mencionado. El
paganismo no deja de ser una forma de disidencia ante la falta de libertad y de
la injusticia social, además de ser un subterfugio para burlar la oscuridad de
un tiempo en el que Bernier y sus compañeros supieron salvar. Con el título La compasión pagana también me estoy
refiriendo a que la bondad o la compasión es la virtud individual de un sujeto
concreto, no de ninguna doctrina o ideología.
FSM.- ¿Por qué y para qué crees que se escribe?
DGF.- Yo escribo para comprender
mejor el mundo y comprenderme mejor a mí mismo, porque me ayuda a pensar y, en
esa medida, a pasar por la vida dejando cierta huella de mí que quizás a
alguien le interese o, al menos, recuerde quién fui.
FSM.- ¿Qué te aportó cada uno de
tus poemarios publicados y con cuál de ellos sientes que has conseguido un
logro mayor?
DGF.- Mi primer poemario Amanecer en Pennsylvania aún sigue
dándome satisfacciones. Muchas son las anécdotas que me han ocurrido con ese
libro y muchos los poemas que se han ido publicando en grandes antologías y
revistas de la talla de Litoral. La
última, sin ir más lejos, hace unas semanas en una magnífica antología que
Julio Neira ha realizado sobre Nueva York, bajo el título Geometría y angustia.
Fue un libro que creo que se ha
proyectado mejor fuera de Córdoba. Incluso en Sevilla, gracias a iniciativas
culturales como las que protagoniza Fran Nuño, magnífico poeta y autor
infantil. A través de su editorial-librería mi primer libro experimentó una
nueva proyección tras diez años de su publicación, lo que hizo posible que
nuevas generaciones pudieran leerlo. Fue un completo rescate comercial del
libro.
Amanecer en Pennsylvania puede leerse como un único poema, una
especie de retablo de personajes disidentes, marginales, a los que quise dar
voz. Si en Amanecer en Pennsylvania
parto de la historia de distintas vidas (un granjero de Nebraska, un mendigo de
Nueva York, etc.) para conformar una misma voz, en mi segundo libro realizo una
estrategia opuesta: parto de mi persona fragmentada en distintas emociones para
configurar Cuadernos de Lisboa. De
hecho, una de las partes de este libro tiene una intención casi de diario
íntimo. Es la parte titulada “Nueva formulación de la memoria” donde se incluye
los poemas escritos o inspirados en mi estancia en Lisboa desde el 2005 al
2007. Este libro, a diferencia de Amanecer
en Pennsylvania, se cocinó muy lentamente a lo largo del tiempo. Es un
libro mucho más complejo y diverso. En él cada parte podría escindirse para
formar por sí misma un nuevo poemario.
Así que no puedo decidirme por
cuál de los dos me quedo. Tan sólo puedo decir que ambos son parte de un
proceso que evoluciona. Así, el nuevo libro que estoy terminando no podría
conformarse como lo estoy haciendo, sin mi obra anterior.
FSM.- ¿Para qué sirve la poesía?
DGF.- De alguna manera, ya he
respondido a esta pregunta. La poesía es el género de la intimidad. Puede
servir a quienes la necesiten y a quienes la cultivan (tanto escribiéndola como
leyéndola). Buscar un fin pragmático me parece algo así como ensuciar su
esencia sagrada. Pero naturalmente que la poesía nos cura, nos ayuda, puede
cumplir funciones religiosas, espirituales, curativas… En manos del tirano,
puede incluso convertir a un emperador en dios, en otras manos puede mover
conciencias. En fin, es una pregunta tan compleja y tan dispar como la esencia
misma de la poesía que es plurisignificativa o, al menos, es así como yo la
entiendo.
FSM.- Nos gustaría que a
continuación nos dejaras uno de tus poemas y nos digas por qué lo has elegido.
Muchas gracias.
DGF.- Gracias a ti, Fernando, por
tus buenas preguntas y el afecto e interés que dejas en ellas. Os dejo, en
realidad, dos poemas o un poema doble englobado bajo el título «Díptico de
ciudades extrañadas», perteneciente a mi segundo libro Cuadernos de Lisboa. Dejo este poema porque me parece el más
apropiado al hilo de esta entrevista. Con él se muestra mucho de lo que te he
explicado sobre mi experiencia vital y mi obra poética.
DÍPTICO DE
CIUDADES EXTRAÑADAS
I
CÓRDOBA
Como el que nada espera del mañana
quien te habita deshace su memoria
en el rumor oculto de tu voz.
Así hablan tus fuentes,
el viento sobre agujas y azahar
en las pequeñas plazas y en tus venas
que no saben hundirse, que no quieren
llegar a un corazón que no conoce.
Usurera y judía me detienes
a cada día azul, a cada paso
que di entre tus raíces y mi infancia,
entre mi juventud y tus excelsos muros
que cercaron la vida de mi padre.
Me detendrá quizá a cada paso
ese rumor del tiempo que no pasa,
esos gritos callados en tus calles,
ciudad que se resiente en mi presencia,
como un temblor de luna sobre el río.
Bajo tu luna, Córdoba, no tiemblo,
ciudad que se resiente
en mí, incómodo huésped que regresa
a tu olvido que nunca es suficiente,
a tu lluvia oxidada, a tu mirada ciega.
II
Era una luz distinta. Y era una luz de invierno
cuando llegó a tu rostro vespertino,
porque una luz más pura se inclinaba nocturna
bajo los aguaceros de Lisboa.
Recuerdo las palabras que no dije
como el rocío frío de tu nombre,
las que pude salvar en el silencio,
en el gesto inconcluso de los labios,
las palabras que fueron a perderse
bajo los aguaceros de noviembre
y tu ropa mojada por la luna de Alfama.
Tal vez fue suficiente una ciudad
para decir que el mundo está siempre nublado
menos allí, amor, claro día de un sueño,
de nueva luz abierta en tu mirada
cuando los barcos llegan a buen puerto
y el corazón se alegra de estar vivo.
Siempre te esperaré en Cais do Sodré
porque también existen los regresos.
Porque también terminan los inviernos, amor,
en la ciudad más triste y más hermosa
donde reina un verdor de esmaltes óxidos
por la melancolía de sus calles. Recuerda,
eras un mirlo blanco entre tanta barbarie
incrédula de tanto, tanto amor imposible
cuando nos despertamos en el barrio de Graça,
cuando el mundo aún recién hecho temblaba
y aún tiembla para siempre
en nuestro amanecer emocionado.
Daniel García Florindo
Cuadernos de Lisboa, Ediciones en Huida, Sevilla, 2011
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