domingo, 1 de septiembre de 2013

Código de la niebla, de Alfredo Jurado

 
 


Alfredo Jurado ha publicado un nuevo libro de poemas con un sugerente y hermoso título: Código de la niebla. Es un libro publicado en la colección Astrolabio. Se trata de un poemario dividido en dos partes: El cuaderno del aire y Quemar las naves.
La primera parte El cuaderno del aire ya nos inicia con un apunte que dice: “Cuando era tan sólo adolescente / entregaba mis tardes en lecturas; / en ella descubriera personajes fantásticos; / algunos fascinantes, pero otros / me hicieron sentir miedo.”/  Y de aquí parte el poeta para adentrarnos en un fascinante mundo imaginativo basado en las lecturas de seres mitológicos que dejaron en el joven muchacho poeta una impronta, es decir, la marca de la imaginación. Son hermosos poemas narrativos detenidos en la naturaleza de los pájaros y en donde se nos cuentan historias vividas o soñadas del temible Simún que habitaba los páramos, del arcángel caído, de la torpeza de Glauco, del regreso de Ibis, del chistar de la corneja, etc. Son poemas de una especial belleza y singularidad, unos poemas que buscan la trascendencia misma del vuelo y su estética, una manera de mirar la esencia de una especie que tiene el privilegio de volar y que deja al poeta sumido en el más absoluto extrañamiento. Todos estos poemas están escritos también en comunicación con aquellos aspectos que trascienden la propia naturaleza del hombre, como son la muerte, la vida o el paso del tiempo. Es la descripción de un paraíso que a veces vive lleno de todo su esplendor y otras muere o nos muestra esa vertiente de la más cruda realidad. Una enseñanza al fin sobre un aspecto de la naturaleza que nos rodea.
La segunda parte del libro Quemar las naves, también nos introduce con un apunte: Un día me alumbraste cuando el tiempo de marzo / alzaba su estandarte de luz en las paredes; / cuando el musgo en las tapias perdía su fragancia; / cuando quiso la luna, con su fanal de plata / trepar al campanario, cuando el reloj marcaba / las once de la noche. / Algún gallo anunciaba su canto a solanares. /   Estamos ante unos poemas distintos, pero que nos contagian de la misma armonía que la primera parte, aunque aquí el sujeto lírico no son los pájaros sino el recuerdo, la consciencia de estar vivo y asumir el paso del tiempo, la fase última de la vida. Se trata de unos poemas muy líricos que en la desesperanza están llenos de esperanzas. Así por ejemplo el poeta siente que puede retornar a la vida porque un sueño se repite con frecuencia y canta a ese acontecimiento. Pero por otra parte en otro poema dice:   Ya no podré gozar de los narcisos / de encendido amarillo / que en una terracota colocaba / …..no rozar su frescura con los labios / no detenerlo vivo entre los dedos / …Ya no será posible saciarme de su alquimia / ni humedecer los dedos con su frescura viva; /  Alfredo  Jurado va en estos poemas exprimiendo cada vez más la esencia de lo interior, de lo verdaderamente importante hasta llegar a la esencia del tesoro mismo de las cosas. De este modo hablando del alma dice: El alma es una isla que flota en el silencio / cautiva en la abacara de una noche sin luna. En estos versos está ese espíritu de retorno, de venida, de la vuelta, de lo cíclico: Algún día podré regresar como el eco, / como las golondrinas a su cita, / como el olor del agua de tormenta / que satura la sed del barbecho sediento. /  Es pues Código de la niebla un libro intenso, lleno de vida y anhelos que se encuadran en un estado de optimismo filosófico y deseos de seguir habitando el paraíso que es vivir pletóricamente la existencia

Les dejamos con un par de poemas.


CHISTAR DE LA CORNEJA


Al caer de la tarde, bajaban las palomas

para beber el néctar de las uvas;

pero entonces nosotros, agitando los brazos,

hicimos que volvieran a sus piquetas altas.


Trepamos por el tronco rugoso de la parra,

para poder llenar el capazo de mimbres;

cortamos los racimos más maduros,

y fuimos a guardarlos en la vieja fresquera.


Sacábamos las sillas debajo de la pérgola;

aún era temprano, porque el sol de la tarde

no había vencido la cresta de los pinos.

Sonaban las cigarras, su horrísona pavana.


Dormitaba el mastín, al lado de la acequia,

la tarde estaba tórrida, y así lo anunciaban

los vencejos que trenzan la luz sobre la alberca;

la abuela preparaba torta del pan de higos.


Entonces nos llegaba el chistar enigmático

que hacía la corneja, dentro de su escondrijo;

habitaba en la entraña del desván más obscuro,

donde instalara el trono de su reino nocturno.




DIEZ


EPÍLOGO


Es la vida aquel río con múltiples meandros,

liturgia sacratísima que embriaga la consciencia,

es árbol a la orilla de un estanque

la nieve que declina lentamente la cumbre.


Es beso de la madre en el recuerdo,

la honda cicatriz que te deja su ausencia,

el último presagio de sentir como creces,

aquel primer amor que te descubre.


Consumar el durazno de tu íntimo ser,

querer ser gavilán que alcanza las alturas,

sapo para los labios de una hermosa princesa,

servil enamorado del amor que idealizas.

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